Hacer listas. O catálogos, o muestrarios. De clases de ballenas, de antepasados o de palabras. De estados de ánimo. Escribir sin miedo a dejar de contar y de evocar, citando, dictando, enumerando. Sin dejar de hacer literatura. Como Ítalo Calvino, como James Joyce, como Melville. Encontrar en el ritmo repetitivo, en la asonancia o en la reiteración, en los frenazos a la prosa: la poesía, la música, el sentido. Transcibir el ruido del cerebro procesando los datos en su aparente calma. Una explicación que se dice en cuatro palabras, o por comparación, o por contraste. Enumerar con ritmo, pasar al siguiente, o a la siguiente. Es lo que hace Jaime Benavides, en Hey Hey Bichobola, y nos regala esta literatura que no deja de parecer experimental porque las mezclas, o las paradas/patadas a la narración lineal o convencional (¿hay algo convencional en la Literatura?) siempre lo fueron en cierta manera. ¿Y luego qué vendrá?, se pregunta el lector divertido o aburrido, pero trastocado por el cambio de marcha.

«Jake la Mota en las calles del Bronx y un Chevrolet Standard Six, Neil Percival Young y un Buick Roadmaster del 47 convertido en coche fúnebre. Josh Haden, y su gente, (…). Y Patti Smith, siempre. (…) —(Patti Smith que hoy todavía se sienta en un café a escribir, y que cena de vez en cuando en un pequeño restaurante japonés del Soho, la he visto)—. Y Zeppelin entero, hasta The Houses of the Holy (…). Y el primero de Nacha Pop. Cuánta mierda, Antoñito. Nos has dejado a todos»: y así, hasta un sinfín de listas que el lector encuentra en Hey Hey Bichobola. Un libro de nuestra cosecha de enero. Para no perdérselo. Y con Spotify y Youtube a mano, para una lectura diferente.
Y otro que viene con listas, o enumeraciones: El hombre de negro, de José Joaquín Bermúdez Olivares (El último de Cuba ya era un preludio a esta forma de escribir).
Dos libros para encajar entre la lista de la compra y la de las tareas pendientes. Mucho más divertidos, por cierto.

Hasta la próxima cosecha, lectores hortelanos.