«Lecturas sin fin desde el confinamiento» José Joaquín Bermúdez
Un soneto me manda hacer Violante… decía el poeta, y pues mi editora me solicita un texto breve para estos días fuera del tiempo, accedo (yo que preferiría estar leyendo) a riesgo de que, como de costumbre, nadie (solo ella) me lea.
Jean Giono (1895-1970), escritor francés nacido en la Provenza, situó allí muchos de sus libros, como un espacio no solo físico sino metafísico (mítico, dice Henry Miller, comparando la Provenza de Giono con el distrito de Yoknapatawpha faulkneriano). Así en su obra más famosa El húsar en el tejado (1951) que releo ahora, un cuarto de siglo después de su edición por Anagrama, con traducción de Francesc Roca. No desgranaré el argumento de la novela —incluida en el amplio ciclo del húsar— que ocupó a Giono en la posguerra, pues se trata de incitar a la lectura. Baste decir que la acción transcurre durante la epidemia de cólera de 1832 (al igual que uno de los títulos favoritos de mi primera juventud, El judío errante de Eugéne Sue), y que el húsar en cuestión, el italiano Angelo Pardi, viene a ser un trasunto del Fabricio del Dongo de La cartuja de Parma, en homenaje reconocido de Giono a Stendhal. Angelo se esconde (en los tejados), huye, es sometido a cuarentena forzosa, vuelve a huir, se encuentra —cómo no—con una bella y misteriosa mujer…
Las descripciones de la Provenza bajo el sol abrasador del verano son agobiantes, de pura maestría, así como las de los efectos de la epidemia, pero casi diríamos que el húsar es feliz en su huida, casi libre en su reclusión, casi esperanzado en la desesperanza, idealista ante la tiranía de la materia pútrida. Es también aristócrata y carbonario (mientras que el Fabricio del progresista Stendhal tiene su punto reaccionario), siendo así que el propio Giono fue acusado de colaboracionismo en 1945, sobre todo por sobrevivir escribiendo en periódicos de la Francia ocupada. Su postura personal era pacifista (fue encarcelado por ello) como rechazo a su experiencia en filas durante la I Guerra Mundial y, diríamos hoy, ecologista en su relación con el paisaje.
Paisaje de esa Provenza idealizada, aquí caliginosa, calcárea, esa cárcava (por usar la palabra que aprendimos de Félix Rodríguez de la Fuente, fallecido hace justo cuarenta años), ese cause en términos de otro escritor francés al que leemos estos días, Pierre Michon, quien se ocupó, entre otros, de Giono, en Llega el rey cuando quiere (título que juega con Un rey sin diversión, de este último).
La edición citada de El húsar sobre el tejado apareció en 1995 aprovechando el relativo éxito de la película del mismo título, dirigida por Jean-Paul Rappeneau, con una encantadora Juliette Binoche y un algo soso Olivier Martinez (no hemos visto el film completo, no lo juzgaremos aquí), film que cuenta con la colaboración del guionista Jean Claude Carrière, colaborador de Luis Buñuel desde 1964 (Diario de una camarera), al volver el director aragonés a Francia tras el éxito de crítica de su producción mejicana El ángel exterminador, cuyo argumento, si recuerdan, tanto tiene que ver con estos días de reclusión y confinamiento.
Cólera, cuarentena, cárcel, guerra, reyes, encierro, encerrados con el solo juguete de los libros…como cerezas se entrelazan temas y obras. Escribamos pues, pero recordemos que para todos, siempre, es más importante leer.