Hacer el capullo
Leo en un artículo de prensa que se ha puesto de moda hacer el capullo. Literalmente. Ya hay centros en los que, por un módico precio, la gente se envuelve en unos lienzos o sábanas blancas, semejando el estado capullil. Al parecer, durante un rato regresan al estado embrionario que supuestamente los lleva a un estado de olvido, o de vacío, que los extrae de sus males diarios y reduce el estrés, la tensión…
Debo ser muy rara porque, después de la inevitable carcajada, me indigna. Mientras se ponen en marcha estas actividades para escapar del tedio, de la tensión, de la realidad, los índices de lectura, siguen estancados. No se lee, y lo que es peor, los jóvenes, a los que se les está montando toda una parafernalia de maneras de hacer el capullo, no cogen un libro.
Pero ya que la cosa está así, pongámonos a la altura de la situación: este mes propongo hacer el capullo entre páginas blancas. Una regresión hacia el conocimiento. De nuestra cosecha de mayo llegan dos libros que nos sacan de nuestra realidad y nos acercan a otras. Y a Otros. El primero, El candidato y la furia, es un librito que narra con la maestría de las mejores crónicas literarias de prensa, el ascenso de Trump al gobierno de los Estados Unidos. Su autor ha viajado por el país, entrevistado a esa «América profunda» y ha seguido a los dos candidatos durante la campaña. Todo en cien páginas, apasionante. El segundo, Las aguas tranquilas del Una, relata, en boca de un poeta/soldado, la guerra de la antigua Yugoslavia; el relato crudísimo y poético de quien ha padecido la guerra, ha salido de ella, no sin heridas, y en lugar de encerrarse en un capullo, ha decidido salir al mundo a contarlo.
La escritura para contar, explicar y para escapar del tormento.
Nos gusta leer, hemos elegido como lema de nuestra editorial. Pero bien podríamos haber puesto: leer es necesario. Leer es una forma, precisamente de no hacer el capullo. O de hacerlo un poco menos.
Envolverse una hora en una tela/placenta para olvidarse de todo es seguramente una buena terapia. Pero también exponerse a los testimonios de otros, que nos obligan a pensar y a enfrentarnos a la vida.
Hasta la próxima cosecha, hortelanos