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La huerta grande

«Esteves sin metafísica» Iván Cantos

27 abril, 2020

Visto esto me levanto. Me acerco a la ventana. El hombre sale de la Tabaquería

(¿guarda el cambio en la bolsa del pantalón?)

Ah, lo conozco, es Esteves sin metafísica

(el dueño de la Tabaquería aparece en la puerta)

Movido por un instinto adivinatorio

Esteves se vuelve y me reconoce

Me saluda con la mano y yo le gritó ¡Adiós Esteves!

Y el universo se reconstruye en mi sin ideal ni esperanza

Y el dueño de la Tabaquería sonríe.

(Tabaquería, de Álvaro de Campos) .

 

Eso también pensaba él: ¿si me casara con la hija de mi lavandera quizá sería feliz?

En esto coincidían sin saberlo; Esteves se sentía solo y Don Fernando se sentía solo. En lo demás eran muy diferentes. ¡Ah! y se veían en el café Martinho de Arcadas, con sus mesas de madera y mármol muy limpias; lavadas con agua abundante y lejía blanqueadora.

Don Fernando se sentaba sólo, taciturno. Nunca daba guerra, aunque se emborrachaba desesperada y metafísicamente. A veces movía los labios y hacía algún comentario como para sus adentros.

A Esteves sin metafísica le agradaba Don Fernando. Simao, el camarero, decía que era un poeta, escritor, y hacía artículos y cuentos. Escribía versos a Don Sebastiao. Sólo se exaltaba hablando del imperio, pero no de la nación portuguesa, sino del portugués, el idioma, la verdadera patria universal.

Don Sebastiao se había ido a vivir al habla y a la tradición portuguesa, por eso sería eterno.

A Esteves esto le importa bien poco. Esteves se tomaba lentamente un café en la barra, dejando que el líquido oscuro fluyera por los lados de la lengua entreverado de tiempo, que en el café martinho de arcadas discurría tranquilo y sin sobresaltos. Eso era porque el mármol y la madera de la decoración rimaban bien con el sabor viejo del café. Eso lo sabía Esteves sin saberlo.

Don Fernando se sentaba siempre en la misma mesa, evitando los espejos.

Observaba discretamente las rutas del humo, que se elevaban desde los ceniceros. Quizá buscaba en ellas la palabra o el verso justo.

Esteves, que era representante en artículos de mercería, sentía un afecto secreto  por aquel poeta. ¿sería famoso alguna vez?¿Alguien leería sus versos cuando ninguno de los dos existiera?.

Don Fernando anotaba algo sobre un papel, repentinamente movido por una inspiración secreta.

Un día se emborrachó más de la cuenta y hubo que llevarlo en volandas a su casa.

Simao y el dueño de la Tabaquería ayudaron. Simao recogió los papeles del poeta que habían caído por el suelo. Y al rato Simao pidió licencia a su jefe para llevárselos. Los metió por debajo de la puerta.

Al día siguiente Esteves se acercó por la Tabaquería a por un paquete de cigarrillos marca Orfeo.

Sin saber por qué, se volvió y miró hacia la ventana del piso donde vivía Don Fernando.

El poeta estaba allí asomado, observándole. Gritó «¡Adiós Esteves!»

Se saludaron con la mano. El dueño de la Tabaquería salió por la puerta justo en ese momento, miró hacia arriba y comentó  por lo bajo:

“¡Menuda curda llevaba ayer ese Don Fernando!».

Esteves y él se sonrieron.

 

Fin

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