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La huerta grande

El beso de Andrómaca

12 abril, 2024

«Un día cualquiera de abril un hombre abrió una puerta y encontró a una mujer. Se enamoraron. Entre las características que formaban parte de los misterios y de los prodigios de ella estaba la capacidad de hacer preguntas difíciles y de dejar sembrada entre sus interlocutores la semilla de la duda constante. Poco antes de que la saludara con un beso —que no sabía que iba a ser el último— ella le dijo: «Si pudieras elegir entre la libertad o la feli­cidad, ¿Qué elegirías?». Tuvo que pasar un buen tiem­po para que él pudiera hallar la respuesta. Después de haberla encontrado, salió a buscarla asegurándose de no dejar nada al acaso».

Este es el relato breve con el cual se concluye un ensayo histórico a propósito del lugar que ocupan los besos y las representaciones de los besos en el mundo occidental. ¿Por qué concluir con un relato aparentemente abierto un trabajo cuyo propósito consiste en demostrar que esa forma de contacto humano, que es besar, es un acto profundamente político? Hemingway, en su discurso cuando le fue otorgado el Nobel, dejó dicho: «Un escritor debería escribir lo que tiene que decir y no hablar de ello». Yo estoy de acuerdo, pero considero que le es lícito al autor, sin embargo, confesar —desde el punto de vista literario— a quien estaba buscando rendir homenaje. Tocará entonces al lector interpretar la conexión entre este relato y cada historia que compone El beso de Andrómaca. Me gusta pensar no solo que no hay una única respuesta, sino que, a lo mejor, ninguna es la correcta, ni siquiera la que el mismo autor imaginó al escribir, al corregir, al volver a escribir y corregir de nuevo. Todo esto antes de tomar una decisión difícil: enviar la publicación asumiendo que aquella última forma será la forma definitiva.

Así, ¿a quiénes he querido homenajear con este relato breve? En primer lugar, a la gran tradición latinoamericana del cuento. Entre la potencia de los géneros literarios, la del cuento consiste en la combinación de una experiencia de aceleración del tiempo en la que se inspira en el lector el deseo de recorrer muchas veces su brevedad, porque en esta se pueden reflejar infinitas veces sus esperanzas y deseos, sus anhelos y nostalgias. Un vacío que llena, podría decirse. En una sola palabra: intensidad. Estas son algunas de las razones por las que no creo que sea una casualidad que escritores como Augusto Monterroso, Juan Rulfo, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, hayan sido grandes cuentistas. Hay algo extremadamente latinoamericano en el cuento.

En segundo lugar, a Cesare Pavese y a Italo Calvino, ambos, en lengua italiana, el primero a través de la poesía y de sus Diálogos con Leucó, y el segundo como gran creador de relatos breves y en sus célebres Lecciones Americanas, han representado dos pilares fundamentales de que lo significa reflexionar, a partir de la escritura, acerca de la tensión continua entre tiempo y narración. La lista es mucho más larga, porque la intensidad representa también la verticalidad de la poesía y en esto Pedro Salinas, Idea Vilariño, María Mercedes Carranza y Alda Merini, han sido decisivos.

En efecto, El beso de Andrómaca es un ensayo histórico, que busca reflexionar sobre una práctica cotidiana, sobre su representación a través de las imágenes y sobre su impacto político. Un problema de gran envergadura y que tiene que ver con la historia de las imágenes, la historia de las emociones, la historia del arte, la historia política, pero, sobre todo, con la relación de todas las anteriores con la historia más compleja de todas: la historia del amor que, como aquello que acontece en medio de la vida y del final de la vida, representa un asunto literario por excelencia.

 

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