«Enfermo de papel» Javier López Iglesias
ENFERMO DE PAPEL
Crónica, dulcemente despiadada,
la enfermedad me atenaza
con manos de papel.
Me han llegado historias de todas las ternuras
cuentos blancos y luces
grises cuentos de acíbar, plata, yesca, silencios,
poemas como manchas que se hubieran escrito sobre carne.
He leído viajes y risas y verdades
patéticos vacíos o señales de humo
alumbradas por seres que ya sin nada que quemar
se prenden a sí mismos.
Atisbarle es posible el alma a algunas sombras…
Pasaron por mi sangre Bartleby el escribiente, Alfanhuí,
Egber en la costa, Mateo transitando una casa tomada…
y ya no soy el mismo.
No puedo ser el mismo tras saber de Lowry
en Cuernavaca, Cortázar en París,
Quevedo en el infierno,
vislumbrar a Gombrowitz y Céline
Kafka Svevo Clarín, Don Miguel de Unamuno
Lepoardi Valente, Mishima del Japón,
el color de la endrina que brota en la morriña
de Ana María Matute, y Onetti, Marcel Schwob,
la soledad del siglo que Márquez dibujara,
Quasimodo Keruac Dostoyevsky Yourcenar.
Un ciego en Argentina construía escalofríos en inglés
y algunos olvidaron trazadas en los siglos,
para ti, para mí,
las mentiras más suaves del planeta.
Agradece la piel del corazón
el reflejo de Prokosch y Donleavy,
Durrell, Huxley Cervantes
aquel pálido rostro que se llamaba Woolf.
¿Qué sería de mí?
otro acaso, no yo,
si el vocablo Pessoa
no me hubiera acunado tantas noches de tantas,
si Dinesen, si Broch, si Cernuda
si no hubiese tenido
muy cerca de mis miedos
las caricias de un libro.
Por tanta regalía doy las gracias
y a unos cuantos milagros
de un modo visceral, eternamente:
los ojos, por ejemplo,
la substancia que piensa
y te adentra al placer de las lineas corridas;
ese dios misterioso que se llama palabra.
Me conmueve lo escrito para que yo viviera
– me encierro en los renglones y es la vida —
la imagen de mi madre recostada, leyendo,
el tacto del papel y la memoria,
esa monja lejana
que en las tardes de Orense
enseñaba a aquel niño
las sílabas primeras para siempre.
Me siento paciente terminal,
incapaz de confesar, sin deshojarme,
que de libros enfermé
y en este plácido aquelarre
letra a letra, página tras página tras página.
viajo desahuciado
y feliz.
(Ilustración de Paloma Capuz)